Llenamos el album con mi hermano mayor, fue una emoción muy fuerte. No existían las Panini todavía, las figuritas (cromos, monas) se llamaban “Ídolos del deporte” y la temática era el Mundial ’62.
Las tres más difíciles: Néstor Rossi –aquel de River y Millonarios–, Tobar, un delantero chileno, y… Pelé. Pelé era la imposible de conseguirnadie la había visto siquiera.
¡Pero lo logramos…!
La cambiamos a otro chico, que insólitamente la tenía repetida, por sesenta y cinco figus… Era como comprar a Mbappé ahora, te damos 300 millones y cuatro jugadores.
La pegamos con esmero litúrgico y llevamos el álbum al distribuidor, que, tras comprobar si estaba debidamente completado, te daba una pelota a cambio. Era el premio.
La pelota era preciosa, marrón clarito, de las de antes, un sueño, pero entregar ese álbum fue triste, ¡era tan hermoso verlo lleno, había costado tanto esfuerzo…!
(No deje de leer: ‘Mi hijo con Síndrome de Down fue violado por una paratleta de alto rendimiento’).
Era todo tan simple que cuesta imaginarlo…

Portada de EL TIEMPO, del glorioso empate de Colombia en Chile 1962 contra Rusia.
Archivo / EL TIEMPO
La televisión recién empezaba, no transmitía los partidos sino hasta dos días después, y no todos, los de Argentina nomás.
La radio era tan reina como Isabel II. Y las figuritas supusieron el escaso marketing que decoraba el Mundial. Con ellas se entraba en clima de competencia.
Era todo tan simple que cuesta imaginarlo, como entonces resultaría inimaginable que en Catar habrá estadios refrigerados y un metro que atravesará el desierto por vía subterránea para ir de una ciudad a otra. O que se juegue en Catar…
“Aquel de Chile fue un Mundial casero, muy sencillo, nada que ver con el uso tecnológico, de dinero y de gente que se hace hoy en cada Copa”nos contó Emilio Lafferranderie, “El Veco”, periodista de raza, estrella en los años dorados de El Gráfico.
Fue su primera cita con esa dama subyugante llamada Copa del Mundo.
“Los estadios eran modestos y, salvo el de Santiago, pequeños. Creo que ninguno fue hecho exclusivamente para la Copa. Tampoco tendran luz porque todos los partidos se jugaron de dia. El de Rancagua sería para unas 10.000 personas. Y sobraba espacio. Pero nos deslumbraba. Creeremos hasta la tozudez que aquello era mejor que esto. Nada que ver, es solo por la humana inclinación de adorar el pasado.
Lo cuenta Antonio Ubaldo Rattin, capitán de la Selección Argentina: “Íbamos a debutar en el Mundial de Chile contra Bulgaria y no sabíamos ni de qué color era la camiseta de los búlgaros”.
A la Copa de las Naciones en Brasil, 1964, fuimos invitados un último momento. Desistieron de Italia y llamaron a Argentina. Minella era el técnico, citó a los jugadores de urgencia y nos juntamos por primera vez en el bus que nos llevaba al aeropuerto. Y la primera práctica la hicimos en Río de Janeiro. Pese a eso, jugamos muy bien y fuimos campeones venciendo a Inglaterra, Portugal y Brasil”.
Se jugaba lento, con enormes espacios, se marcaba de lejos y los habilidosos se daban un festín. Sin embargo, aquel fútbol parece hermoso y “muy superior al actual”. En absoluto, es solo la sublimación del ayer. Como contemplar fotos antiguas, pocas cosas hay más atrapantes.
(Además: Rigoberto Urán celebra: el dineral que recibe por ganar en la Vuelta a España).
‘La sencillez y el romanticismo de antes no vuelven nunca más’

Pelé durante un acto en Río de Janeiro.
Un señor intrépido, subido a lo más alto del estadio, cambiaba manualmente las chapas del marcador. Nunca funcionó tanto como aquella vez de Hungría 10 – El Salvador 1, en España ’82. Jamás había pensado usar el número 10, pero sucedió.
Transpiró: once veces debe intervenir. Ahora los carteles electrónicos no repiten el gol al instante y dan todas las informaciones, cambios, cantidad de público. Pero el sabor de aquellos tableros es incomparable.
La historia nos la contó Ricardo Vasconcellos Rosado, historiador riguroso y columnista de alto mérito del diario El Universo, de Guayaquil:
“En el Sudamericano del ’45 jugaron por Ecuador los mellizos Mendoza, panameños que llegaron muy jóvenes a Guayaquil. Los dos ficharon por Millonarios luego, en 1946 y 1947. Eran calcados. Aún ya viejos resultaba imposible distinguirlos. Yo trabajé en el Seguro Social cuando ellos estaban jubilándose y me visitaron continuamente por su trámite. Jamás supe cuál era el que entraba en mi oficina. Lo gracioso, que lo oí contado por ellos mismos, fue que ante Argentina entró jugando Luis Antonio, un gran mediocampista que salió lesionado al terminar el primer tiempo. El técnico Orlandini hizo entrar en su lugar al mellizo José Luis sin gastar el cambio. Imposible para el árbitro, jueces de línea y rivales percatarse de la jugarreta”.
Después de meter a Mendoza por Mendoza, Orlandini hizo las tres sustituciones que permitía el reglamento. Y sonrió de su propia picardía. Por supuesto, hoy no se podría hacer.
Y eso nos encanta de lo pretérito: la sencillez de las cosas.
Compartimos varias charlas con Ángel Berni, puntero derecho de Paraguay campeón de la Copa América de 1953 que jugó en el Boca Juniors de Cali. Donó su camiseta número 7 de aquel torneo al museo de la Conmebol. Le preguntamos si era la que había usado en la final frente a Brasil.
“No, la de todo el torneo. Nos daban una sola a cada uno. Y la utilización que lavar después de los partidos”.
Hoy, cada selección lleva treinta juegos de camisetas al Mundial. Alcides Gigghia, autor del gol más relevante de la historia, refería en una entrevista cómo festejaron en 1950, al volver desde el Maracaná al hotel tras vencer a Brasil 2 a 1 y dar el batacazo más grande de la historia:
“Como no encontrábamos al tesorero, hicimos una colecta entre todos para comprar unas cervezas y unos sándwiches. Nos fuimos a una pieza a celebrar”.
Las camisetas sin publicidades, limpias, la emoción que nos traía la radio y que no podíamos discutir por falta de imagen, los futbolistas que eran seres verificables y estaban al alcance de los hinchas, no los semidioses de hoy.
Pero si miramos videos de hace sesenta o setenta años vemos un fútbol cándido, permisivo, muy lejos de las proezas técnicas y goleadoras del presente, aun cuando el grado de oposición es mucho mayor.
El mismo Veco, pese a ser de aquel tiempo, reconocía: “Fue un lindo Mundial el del ’62, con grandes estrellas. Bobby Charlton, Sekularac, Puskas, Garrincha… Entonces no había presiones de ninguna naturaleza, el que era bueno lo demostraba, jugaba tranquilo. También hay que ser sincero: antes se marcaba mucho menos. Por eso aquellos monstruos podrían hacer esas cosas asombrosas”.
La sencillez y el romanticismo de antes no vuelven nunca más. Eso extrañamos, no el juego, el juego es infinitamente mejor ahora.
Jorge Barraza
PARA EL TIEMPO
@JorgeBarrazaOK